martes, 18 de septiembre de 2012

Traducción Libre- capítulo 68- Rayuela

Traducción Libre- capítulo 68- Rayuela
Apenas él amaba su cuerpo, a ella se le estremecía el alma y caían en gotas, en salvajes esferas, en sustancias exasperantes. Cada vez que él procuraba relamer sus piernas, se enredaba en un gemido quejumbroso y tenía que contenerse de cara al orgasmo, sintiendo como poco a poco las rodillas se separaban, se iban correspondiendo, relacionando, hasta quedar tendido como el agua del mar a la que se le han dejado caer unas paladas del barco. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se mojaba los labios, consintiendo en que él aproximara suavemente su virilidad. Apenas se revolcaban, algo como un escorpión los asustaba, los estremecían y susurraban, de pronto era el final, las estrofas brotaban de las métricas, el jadeo bullicioso del orgasmo, los esfuerzos del muchacho en una sobrehumana agonía. ¡Acabé! ¡Acabé! sudorosos en la cima del mundo, se sentían mal, perdidos y mareados. Temblaba la tierra, se vencían las piernas y todo se resolvía en una profunda paz, en besos de muchísimas horas, en caricias casi crueles que los transportaban hasta el límite de las palabras.
Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente su orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, las esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentía balparamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias.